Cuaresma: al igual que Marcelino, seamos talentosos en las relaciones humanas
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Al comenzar este tiempo de Cuaresma, deseo compartir con ustedes algunas ideas que he tomado del libro del padre Ronald Rolheiser, Sacred Fire: A Vision for a Deeper Human and Christian Maturity (Fuego Sagrado: Una Visión para una madurez humana y cristiana más profundas).
Hace unos años, ya usé este libro para mi retiro anual en las laderas de la sierra montañosa de Tucson y el hermoso desierto de Sonora en el estado de Arizona, en los Estados Unidos. El desierto es un lugar seco, polvoriento y desolado, pero puede ser un lugar para la reflexión interior y la contemplación, para encontrar nuestra relación con Dios. El desierto puede ser un escenario en el cual profundizar y renovar nuestra vida interior, a la vez que fácilmente puede ser un lugar arriesgado. El desierto exige elegir, tomar decisiones y, si no tomamos las decisiones correctas, podemos poner en peligro nuestras vidas. En el desierto se nos despoja de muchas cosas, nos quedamos con lo esencial. Es un lugar en el cual no podemos escondernos de nosotros mismos. Según los Padres y Madres de la Iglesia, el desierto es también el lugar que permite una mayor cercanía a Dios. El desierto, en este sentido bíblico y espiritual, nunca es un lugar para quedarse. Es una situación por la que pasar… entrar y salir. La Cuaresma, de alguna manera, es como un desierto, lleno de «polvo y cenizas». Por eso es apropiado que cada año nuestro camino cuaresmal con Dios comience con el Miércoles de Ceniza.
Para cada uno de nosotros la Cuaresma puede ser un tiempo en el que hacemos un mayor esfuerzo para dejarnos guiar por Dios. La Cuaresma nos invita a entrar en el desierto para examinar nuestra vida y nos llama a volver a Dios:
«Pues bien —oráculo del Señor—, convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo». (Joel 2: 12-13)
Cuando reflexiono sobre esos retiros, me doy cuenta de que el desierto siempre ha tenido mucho que enseñarme. Me llama a simplificar mi vida, tanto sus aspectos materiales como mi espiritualidad. He adquirido una conciencia más profunda de lo que Rolheiser llama «las tres frases» que deberían estar en nuestro vocabulario espiritual personal: ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Pero, a veces, a todos nos puede costar ser agradecidos.
Y, sin embargo, precisamente a partir de esta actitud de gratitud por todo lo que Nuestro Señor nos ha regalado, Rolheiser ofrece diez maneras de simplificar nuestra vida espiritual. Las expongo ahora con sus propias palabras. Yo sigo encontrándolas útiles —y desafiantes— para mi propio camino espiritual:
- Vive con gratitud y da gracias a tu Creador disfrutando de la vida. «La verdadera tarea de la vida… es reconocer esto, reconocer que todo es un don y que tenemos que dar gracias siempre, una y otra vez, por todas las cosas de la vida que solemos dar por sentado, reconociendo siempre que nadie tiene la obligación de cuidar de nosotros… Nuestro nivel de madurez y capacidad de generar equivale a nuestro nivel de gratitud, y las personas maduras disfrutan de la vida». Y ven todo lo que se les ha dado como regalo, no como un derecho.
- Está dispuesto a cargar con más y más complejidades de la vida, con empatía. «Somos personas maduras en la medida en que nuestras propias inquietudes ya no son el centro de nuestra vida». El mundo no gira a mi alrededor, sino alrededor de todos nosotros.
- Transforma los celos, la ira, la amargura y el odio en lugar de corresponder del mismo modo. «Mira a María en los Evangelios. Ella es un paradigma en esto, se detiene y reflexiona; es decir, puede soportar la tensión en lugar crear más tensión». Según Rolheiser, esencialmente, eso es lo que María hizo al pie de la cruz: «No podía detener la crucifixión (hay momentos en que llega la hora de la oscuridad) pero podía detener parte del odio, la amargura, los celos, la crueldad y la ira que causaba y conllevaba esa crucifixión. Y ayudó a detener la amargura negándose a corresponder del mismo modo, transformándola en lugar de transmitirla, tragando saliva y (literalmente) tragándose la amargura en lugar de corresponder, como todos estaban haciendo». ¿Cómo transformo los celos, la ira, la amargura? Pudo hacerlo mediante la oración, el diálogo honesto y el acompañamiento con otro.
- Deja que el sufrimiento ablande tu corazón y no endurezcas tu alma. En la cruz, «Jesús tuvo que elegir: ¿Muero con amargura o con amor? ¿Muero con un corazón duro o con un alma amorosa? ¿Muero con resentimiento o perdonando?… Sabemos lo que eligió. Su humillación lo arrastró hasta las profundidades, pero fueron profundidades de empatía, amor y perdón… Ante nuestra decadencia terrenal y nuestra muerte, ¿elegiremos dejarnos llevar y morir con el corazón frío o preferiremos hacerlo con un alma cálida?»
- Perdona a quien te hizo daño, tus propios pecados, la injusticia de tu vida y a Dios por no haberte rescatado. «Quizá el verdadero perdón sólo pueda ser de origen divino, la intervención de una gracia especial en nosotros… Sólo hay un imperativo moral antes de morir: no morir enfadados ni amargados».
- ¡Bendice más y maldice menos! «Somos personas maduras cuando nos definimos por lo que defendemos y no por lo que combatimos… la suprema gloria de la madurez y el discipulado es la capacidad y la voluntad de bendecir a los demás, en particular a los jóvenes».
- Vive en una sobriedad más radical. «La madurez no es ser perfectos o impecables, sino ser honestos… La sobriedad no está relacionada, en última instancia, con el alcohol o las drogas. Se trata de honestidad y transparencia»
- Reza, de un modo afectivo y litúrgico. «El combustible que necesitamos como recurso para el camino de la vida no reside en la fuerza de nuestra propia voluntad, sino en la gracia y la comunidad… La madurez y la capacidad de generar no pueden sostenerse sólo con la fuerza de voluntad. Necesitamos ayuda del más allá, y esa ayuda se encuentra en la oración». Esta «ayuda del más allá» también la podemos encontrar en tiempos de retiro, mediante el acompañamiento espiritual, y a través de aquellos profesionales que pueden ofrecernos apoyo psicológico y orientación.
- Que tu abrazo sea amplio. «En un corazón verdaderamente católico hay espacio para todos».
- Párate donde se supone que te tienes que parar, y deja el resto en manos de Dios. «Sólo podemos hacer lo mejor posible lo que está en nuestras manos, sea cual sea nuestro lugar en la vida, estemos donde estemos, sean cuales sean nuestros límites, sean cuales sean nuestros defectos, y confiar en que eso es suficiente, que si morimos en nuestro sitio, honrados, cumpliendo con nuestro deber, Dios hará el resto».
En muchos sentidos, este fue el camino espiritual de Marcelino.
Su vida estuvo llena de gratitud. Su correspondencia y el recuerdo de quienes lo conocieron bien nos muestran a Marcelino como una persona tranquila, serena, abierta, constante, piadosa y valiente. Era consciente de sus propios límites, tenía una profunda inteligencia en el sentido práctico y estaba sumamente seguro de sus convicciones. Marcelino siempre esperó que la cualidad que definiera a sus «Hermanitos de María» fuera la sencillez y esta cualidad caracterizó a Marcelino en muchos sentidos. Para Marcelino, la sencillez significaba franqueza en las relaciones con los demás, entusiasmo por el trabajo que tenía entre manos y una confianza natural en María y en su Dios. Compartió esta cualidad con sus hermanos, de quienes se esperaba que llegaran a ser como una familia, y para que esta familia prosperara, a sus hermanos dejó como sello el perdón: «Que se diga de los Hermanitos de María lo que se decía de los primeros cristianos: ‘Mira cómo se aman’».
Gracias a su sencillez, Marcelino tenía un verdadero talento para las relaciones humanas. Siempre estuvo dispuesto a llevar con empatía más y más complejidades de la vida, especialmente cuando se trataba de ayudar en la formación de sus hermanos. Su sentido común y su compasión lo convirtieron en un confesor popular a lo largo de su vida. Fue un comunicador eficaz, que empatizaba fácilmente con los demás. Sin embargo, sabemos por nuestra historia marista que Marcelino no era un hombre especialmente capaz de escribir tratados espirituales, sino más bien un hombre determinado y de acción, un hombre de gran corazón y afecto. Su énfasis estaba en el corazón y en las relaciones, tanto con Dios como con otras personas. Esto fue clave ―y lo sigue siendo― para nuestra herencia espiritual y para nuestra pedagogía marista. Fue a través de este corazón y afecto, para los jóvenes de la Francia rural y para los que después se dedicarían a enseñar, que Marcelino lograra hacer lo que muchos pensaban que era imposible. Estas cualidades de Marcelino —«su carácter abierto, amable y considerado… su afabilidad sencilla, su franqueza y bondad»— le permitieron hacer grandes cosas y vivir una vida sencilla, llena de gozo y centrada en el Evangelio de Jesús.
Para los cristianos, el tiempo de penitencia que llamamos Cuaresma es un tiempo de preparación para el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús en la Pascua. En Cuaresma es tradicional ayunar, orar y hacer sacrificios; pero guardar la Cuaresma también quiere decir retomar aquellas cosas que nos ayudan a centrarnos en Dios, dicho de otro modo, retomar cosas con las que nos podemos «deleitar». El autor, maestro y pastor estadounidense, William Arthur Ward propone lo siguiente:
Ayunar – Deleitarse
- Ayuna de juzgar a los demás; deléitate con el Cristo que vive en cada uno de ellos.
- Ayuna de hacer hincapié en las diferencias; deléitate con la unidad de la vida.
- Ayuna de la aparente oscuridad; deléitate con la realidad de la luz.
- Ayuna de pensar en la enfermedad; deléitate con el poder sanador de Dios.
- Ayuna de las palabras que corrompen; deléitate con frases que purifiquen.
- Ayuna de descontento; deléitate con la gratitud.
- Ayuna de ira; deléitate con la paciencia.
- Ayuna de pesimismo; deléitate con el optimismo.
- Ayuna de preocupaciones; deléitate con el orden divino.
- Ayuna de quejarte; deléitate con el agradecimiento.
- Ayuna de cosas negativas; deléitate con las cosas positivas.
- Ayuna de presiones continuas; deléitate con una oración incesante.
- Ayunar de hostilidad; deléitate con no resistir.
- Ayuna de amargura; deléitate con el perdón.
- Ayuna de preocuparte por ti mismo; deléitate con la compasión por los demás.
- Ayuna de ansiedad personal; deléitate con la verdad eterna.
- Ayuna de desánimo; deléitate con la esperanza.
- Ayuna de hechos que depriman; deléitate con las verdades que alientan.
- Ayuna de letargo; deléitate con el entusiasmo.
- Ayunar de pensamientos que te debiliten; deléitate con promesas que te inspiren.
- Ayuna de las sombras del dolor; deléitate con la luz del sol de la serenidad.
- Ayuna de chismes ociosos; deléitate con un silencio decidido.
- Ayuna de problemas que abrumen; deléitate con la oración que [fortalece].
En este tiempo de Cuaresma volvamos a emprender un camino de simplificación de nuestra vida, para que el amor de Dios por cada uno de nosotros colme nuestro corazón.
- Ben Consigli, Consejero general
Casa General, Roma – Febrero de 2021
Fuente : www.champagnat.org