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Beato Francisco Castelló y Aleu, un Exalumno Marista mártir por la Fe en Jesucristo

Congregación
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Francisco Castelló, no escondió nunca su fe. La oración profunda y sentida, personal y colectiva, y la misma recepción del sacramento de la penitencia ya en la prisión provincial,

serán el motor vital de la gracia que actuaba en él.

 

Su Familia



Los esposos Josep Castelló, de Lleida, y Teresa Aleu, de Cornudella (Tarragona), se trasladaron a Alicante por motivos laborales del padre. Él, técnico en electricidad, encontró un buen trabajo en la ciudad de Alicante, dedicándose al novedoso invento de electrificar casas e industrias, y con la necesidad previa de poner en marcha la fábrica del fluido eléctrico. Allí establecen su familia con sus tiernas hijas Teresa y María, de apenas tres y dos años, en la calle Viriato, n. 1, bajo la mole del castillo de Santa Bárbara, al final del viejo casco alicantino, junto al barrio de pescadores del Raval Roig, muy cerca del mar.

Están esperando el tercer vástago. Su madre lo presentía varón y desde lo más íntimo de su corazón maternal hace esta oración: «Que sea santo, sabio y guapo». La verdad, que visto lo que fue la vida de Francisco, su oración fue bien escuchada. El día 14 de abril de 1914 nace el pequeño Francisco de Paula o Paola, y el día 1 de mayo siguiente recibe las aguas bautismales, como hijo de Dios y miembro de la Iglesia, en la vecina y antigua parroquia alicantina de Santa María.

Su madre, con la titulación de maestra, no ejerces como educadora en la escuela, pero sí en y desde la familia. Cuida de sus hijos y esposo; pero he aquí que les sobreviene una inesperada y fuerte prueba: en cinco días, en nada, por una simple congestión pulmonar, el padre, sostén de la familia, deja esta vida. Alicante, lugar de las ilusiones de una familia que se iba formando, se tendrá que convertir en el lugar del recuerdo del nacimiento de Francisco y en el lugar donde reposará para siempre el cuerpo sin vida del esposo y padre.

La vida de Francisco y la de su familia será una contraposición constante entre el optimismo cristiano de esperanza y las grandes pruebas familiares. Su madre se encuentra sola y sin medios económicos en la ciudad de Alicante, que les había acogido magníficamente. Necesitaba resolver el futuro de su familia. Precisaba ayuda moral y económica. Una mujer, María Castelló, madrina de Francisco, hermana de su padre, les ofrece su casa de Lleida. Allí han de trasladarse para rehacer su vida. La madre se separa durante el día de sus hijos y se dedica con todas sus fuerzas al estudio para preparar oposiciones. Con su trabajo de maestra ya puede atender a las necesidades de sus hijos; pero tendrá que seguir los diversos destinos de su profesión, hasta que puedan establecerse cerca de Lleida, en Juneda.

Llega el momento a Francisco de empezar el bachillerato, estudios que entonces se iniciaban a los diez años. Su madre decide que lo hará en el instituto de Lleida y estará interno en el colegio de los Maristas, donde recibirá la atención necesaria de cada día y la formación humana y cristiana que necesita un adolescente. Su madre, aunque sólo puede estar con él los fines de semana y vacaciones, con sus dotes y responsabilidad de educadora, es parte muy importante de la gran personalidad humana y cristiana de Francisco. De sus hijos dirá: «Yo tengo tres brillantes, lo importante es que sepáis hacer el engarce; esto lo debéis hacer vosotros».

Y a Francisco, hasta le decía para estimularlo: «Si tú fueses sabio y santo, los de Alicante te disputarían». Y la verdad es que a Alicante le pertenece compartir de una manera especial con Lleida, la personalidad y la grandeza de nuestro joven mártir.

Durante el cuarto curso de bachillerato pasado en Lleida, sobreviene una nueva y gran prueba en la vida y la familia de Francisco. Se le comunica que su madre está gravemente enferma en Juneda. Al llegar junto al lecho de su querida madre, ella se encontraba en estado tan grave que ni reconoció la presencia del hijo. Con un gran dolor en su corazón, Francisco se esforzó por superar el dolor de la muerte de su madre y el nuevamente incierto futuro de los hermanos. Pensó en ponerse a trabajar y dejar los estudios para ayudar a sus hermanas. Francisco les dijo:

«Yo nunca os abandonaré. Somos huérfanos y hemos quedado solos. Dios no nos abandonará, como tampoco lo hará nuestra madre que está en el cielo».

Los tres hermanos, en estos momentos, acudieron a la maternidad espiritual de María y a ella se encomendaron de una manera muy especial.



Joven Universitario

El jesuita padre Joan Calaf, además de la tía María Castelló, se hacen presentes para ayudar a los tres hermanos. Francisco acaba el bachillerato brillantemente y entonces consiguen que pueda ir a estudiar a Barcelona; la inteligencia y dedicación de Francisco lo exigían. Estudiaría Química en el Instituto fundado en 1916 por el alcoyano padre Eduardo Victoria. Estamos en septiembre de 1930. La tía ayudará económicamente de acuerdo con sus posibilidades; se consiguen becas del mismo instituto y miran de administrar lo mejor posible los pocos medios económicos con que cuentan. Francisco sabrá bien lo que es padecer necesidades. En la admirable carta de despedid, antes de su martirio, agradecerá a su tía cuanto ha hecho por ellos. Cuando Francisco obra sus primeras nóminas, en su trabajo profesional, recordará y será solidario con los que veía aún más desfavorecidos que él en la sociedad. Frecuentemente no llegó su nómina a casa.

Tienen mucha importancia los Ejercicios Espirituales, practicados bajo la dirección de su condiscípulo, el jesuita padre Román Galán en el curso 1930. Ayudaron a centrar su vida espiritual. El joven Francisco, un joven normal, tiene altos y bajos como cualquier persona en período de formación. No es un camino de facilidades el suyo; pero desde su fe, cada vez más enraizada, resulta un joven alegre, porque, como dicen los que le conocieron, al lado de Francisco no se podía estar triste. Un compañero de prisión, en el tiempo que precedió a su martirio, dirá de él:

«Poseía la alegría de los hombres que viven en contacto con Dios, alegría que no puede comprender la gente mundana. Aquella luz y satisfacción que irradiaba de su rostro es de difícil explicación para los que desconocen la eficacia espiritual de la gracia. La risa franca y sonora, que a menudo brotaba de sus labios, tenía la virtud de devolver el ánimo a los más pusilánimes».

Durante su estancia en Barcelona se instaura la República Española y la recuperación de la autonomía histórica de Cataluña con el restablecimiento de la Generalitat. Francisco está muy contento del cambio, pero cuando ve el cariz de persecución religiosa que está presente en algunas actuaciones político-sociales, decide no participar en la política activa. El Instituto Químico de los jesuitas, en el cual estudiaba, es incautado. Francisco y su amigo y confidente, padre Román Galán, dejan Barcelona y acaban los estudios y obtienen la Licenciatura en la Universidad de Oviedo. Estamos a principios de 1934. A continuación, tiene su primer trabajo en «Abonos Químicos Cros, S.A.», en la misma ciudad de Lleida. A su trabajo profesional unirá las clases que dará a los trabajadores de la empresa, para su promoción humana y profesional, cuando acababa la jornada laboral. Los problemas de la sociedad, pensaba Francisco, no los arreglarían los políticos, sino que lo que hacía falta era resolver en justicia la economía e instrucción de los necesitados y darles el tesoro de la fe que da sentido a la vida.

El grupo que necesitaba para dar sentido eclesial comunitario a su vida espiritual y apostólica lo encontrará en Lleida con el «Moviment de Joves Cristians de Calaunya» formación eclesial de acuerdo con los principios de la Acción Católica, promovida entonces por el Papa Pío XI. Conocidos por Fejocistas, constituyeron un fuerte movimiento cristiano de juventud; más de trescientos fueron inmolados por su fe en los días de la Guerra Civil. Hay un largo martirologio con la vida y pasión de estos jóvenes: Francisco es el primero que tiene su martirio reconocido oficialmente por la Iglesia. La razón de los fejocistas es formación y acción; ésta sobre todo entre los más marginados de la sociedad; Francisco se empleó en ello de una manera muy comprometida. También se ocupó de llevar a excursiones, como monito, a los «Minyons de Muntanya» (Scouts). Fue socio del «Centre Excursionista de Lleida». Las excursiones a la montaña le entusiasmaban.

En este tiempo empieza su noviazgo con María Pelegrí Esquerda, Mariona como él la llamaba, a quien amaba profundamente. Es bellísima la fotografía conservada, en la que se les ve pasear por la calle Mayor de Lleida el domingo de Ramos de 1936, totalmente enamorados. El 30 de mayo de 1936 formaliza su compromiso matrimonial. Para este día se hace la fotografía con la que suele ser representado nuestro beato, con la corbata y todos los ornatos de rigor; se la entrega a su novia junto con una medalla con su cadenilla. Los días en que estará en prisión pedirá la fotografía de su amada. La carta de despedida, que le dedica inmediatamente antes de los momentos de su martirio sangriento, es digna de estar entre las más bellas páginas de la literatura cristiana y humana de todos los tiempos.

El día 1 de julio de 1936, Francisco Castelló ingresa en el ejército de la República como soldado de complemento. Será cumplidor de sus deberes militares y no esconderá, en aquellos tiempos de la República, su condición de cristiano comprometido.

Cristiano en ambientes adversos

El 18 de julio de 1936 tuvo lugar el alzamiento militar del general Franco. Desgraciadamente el hecho de ser y confesarse cristiano o no, viene a resultar frecuentemente ser enemigo de una u otra parte de la contienda. Para el soldado Francisco Castelló empieza casi inmediatamente su arresto.

El martirio de Francisco está encuadrado en medio de una contienda política sangrienta. Es frecuente que la confesión martirial de los cristianos de todos los tiempos, empezando por la misma pasión de Jesucristo (Jn 11, 47-57), vaya unida a motivaciones políticas, o que al menos, a base de ellas, se quería justificar que los matasen. El testimonio de Francisco como cristiano resultará diáfano y contundente. En cuatro ocasiones, desde su arresto, escogerá entre ser liberado o no de la prisión y muerte, con sólo esconder o disimular su fe cristiana. Cada vez será un no rotundo su respuesta. Hubiese bastado que confesase «que aquello del fejocismo y su fe eran cosas del pasado, que en los nuevos tiempos que se iban instaurando, él se unía a la nueva revolución social, en la cual Dios y el cristianismo no tenían lugar»…, y hubiese salvado la vida. Tenía buenos amigos que quería interceder por él, y que hubiesen conseguido liberarlo; además, ante la fuerte personalidad y simpatía de Francisco, bien conocida en Lleida, no interesaba tenerlo como enemigo de una causa.

Durante casi dos meses conocerá la prisión en las edificaciones de la antigua catedral, entonces castillo militar; la prisión provincial desde el 12 de septiembre, y los mismos calabozos de la Pahería (ayuntamiento de Lleida) en el día de su juicio condenatorio. Lugares de estrechez de espacio, y hacinamiento que normalmente producen claustrofobia, tristeza y hasta desesperación. Las burlas, insultos y frases soeces de sus guardianes no faltan. Francisco da aliento a todos, es optimista desde su fe cristiana; con su enorme simpatía, promueve la alegría, concursos de distracción y hasta un diario humorístico para ayudar a aguantar la moral de los reclusos; en la prisión provincial hasta inventarán un espacio para jugar al frontón.

«Por la tarde teníamos una sentada en la que nos hablaba de por qué éramos cristianos y nos sentíamos católicos».

Se preocupaba por los demás:

«Enjugó las lágrimas, fortaleció voluntades y consiguió la recuperación de no pocos que, en su tribulación, necesitaban la gracia de la consolación divina».

La oración profunda y sentida, personal y colectiva, y la misma recepción del sacramento de la penitencia ya en la prisión provincial, serán el motor vital de la gracia que actuaba en él. El martirio de Francisco es conocido de una forma muy detallada por los diversos testimonios presenciales con que se cuenta; siguiendo estos testimonios, es impresionante su actitud y su actividad.



Mártir de Jesucristo



Llegamos al 29 de septiembre de 1936.

Son sacados de la prisión provincial para tener un juicio sumarísimo ante un «Tribunal Popular». Son nueve imputados. El lugar del juicio, el histórico edificio de la Pahería.

Llega el turno a Francisco.

«Tú eres fascista, porque hemos encontrado que estudiabas alemán e italiano».

«Yo no he militado en ninguna formación política; si estudiaba estas lenguas es porque era importante conocerlas para mis estudios».


El deseo del tribunal era imputar políticamente a los católicos como colaboradores del otro bando. La sala, llena de testigos, tuvo que aceptar que no se le podía imputar de tal pertenencia. Así las cosas, el que actuaba de fiscal fue al grano:

«En fin terminemos: ¿Eres católico?»

Francisco, con voz clara, sereno, conciso y con el rostro transfigurado de emoción respondió:

«Sí. Eso, sí. ¡Soy Católico!»

La entereza y la gallardía de Francisco provocaron un estallido rumoroso e indescriptible entre los asistentes en el salón de actos de la Pahería y de ellos brotaron las palabras: «Inocente, libertad, perdón»; pero el fiscal pidió la pena de muerte. Al decirle el presidente que podía defenderse, Francisco respondió:

«No hace falta, ¿Para qué? Si el ser católico es un delito, acepto muy a gusto ser delincuente, ya que la mayor felicidad que puede encontrar una persona en este mundo es morir por Cristo. Y si mil vidas tuviera las daría sin dudar un momento, por él…».

Por una estrecha escalera de caracol, los que habían sido juzgados fueron llevados a un lúgubre subterráneo donde fueron encerrados. Allí esperaron la sentencia: cada cual soltó lo que llevaba, menos Francisco que estaba muy sereno. Documentos en mano, bajaron unos del tribunal que les comunicaron que a dos habían conmutado la pena de muerte por cadena perpetua, a uno se le dejaba en libertad y Francisco con otros cinco habían sido condenados a la pena de muerte. Ejecución sumarísima a la vista.

Francisco sacó lápiz y papel y se sentó en un banco de piedra que hay en el calabozo y empezó a escribir. Tres cartas: a su novia, a las dos hermanas y la tía, y al jesuita amigo. El Espíritu de Dios le llena en su plenitud, acepta voluntariamente en su corazón ser testigo de la fe. Son humanamente indescriptibles e incomprensibles.

Cuando, pasado un tiempo, llegan a las manos del papa Pio XI, después de leerlas, emocionado, se pone a llorar como un niño. Su secretario, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII (9 de octubre) las quiere recoger para colocarlas en el lugar correspondiente, pero el papa le dice que no quiere desprenderse de ellas. Pío XI vio en Francisco al héroe cristiano de la Acción Católica.

Hacia las once de la noche se abrió la puerta trasera del palacio municipal por donde salieron los condenados a muerte, maniatados, formando parejas. Castelló la formaba con el ferroviario Miret. Subieron a un camión descubierto y fuertemente custodiado. El chofer puso en marcha el vehículo y he aquí que aquellos hombres, incitados por nuestro héroe, pusieron en sus labio un canto de fe y de esperanza: «Crec en un Déu…», el Credo popular catalán de Romeu, y el himno de perseverancia: «Amunt, germans, fem nostra via…» («¡Arriba!, hermanos, hagamos nuestro camino, Jesús, nuestro Rey nos precede…»).

Algunos milicianos les abofetearon mandándoles cesar de cantar. El conductor paró e increpó a los miliciano que respetasen la valentía de aquellos hombres; de lo contrario, él no conduciría el camión. Le hicieron caso. Francisco advirtió a quien le había pegado:

«Te perdono, porque no sabes lo que haces».

Conocemos los detalles de su inmolación. Enrique Fola, encargado de la gasolinera que hay junto al cementerio, fue enviado por su hermana Teresa y portaba una de las farolas que daban luz en aquella noche de crimen. Francisco, cuando pasó junto a él le dio el adiós de amigo. Los alinearon horizontalmente en el escenario de las ejecuciones del cementerio de Lleida.

Frente al pelotón, quebrando el silencio, Francisco dijo:

«¡Un momento, por favor! Os perdono a todos. Hasta la eternidad».

Juntó las manos, y dirigiendo sus ojos al cielo, salió una oración personal silenciosa de sus labios.

Los fusiles entraron en acción y ahogaron un vibrante «Viva Cristo Rey». Sus cuerpos fueron echados a la fosa común, la misma que hacía poco tiempo había recibido el cuerpo sin vida del obispo diocesano, de muchos sacerdotes y seglares que habían cometido el delito de asistir a la misa los domingos.

Por su vida y martirio, el joven Francisco Castelló Aleu tiene el culto de beato desde el día 11 de marzo de 2001, de acuerdo con el decreto publicado por el papa Juan Pablo II. Dentro del culto restringido que se da a los beatos, su Alicante natal y Lleida, lugar de su martirio, celebran el Dies natalis el 28 de septiembre.

Cartas de un cristiano condenado a muerte



Por su gran interés, porque reflejan el talante cristiano ante el martirio, he aquí tres cartas del Beato Francisco Castelló, al conocer su condena a muerte: cartas a su familia, a su novia, al jesuita amigo.

 

A mis hermanas Teresa y María Castelló Aleu y a mi tía

Estimadas: Acaban de leerme la pena de muerte. Nunca he estado más tranquilo que ahora. Tengo la seguridad de que esta noche estaré con mis padres en el cielo. Allí os esperaré a vosotras.

La providencia de Dios ha querido escogerme para víctima de los errores y pecados cometidos por nosotros.

Voy con gusto a la muerte. Nunca como ahora tendré tantas posibilidades de salvación.

Ya terminó mi misión en esta vida. Ofrezco a Dios los sufrimientos de esta hora.

No quiero, de ninguna manera, que me lloréis. Es lo único que os pido. Estoy muy contento. Os dejo con pena a vosotras, que tanto os quería, pero ofrezco a Dios este afecto y los lazos que me podrían retener en este mundo.

Teresina: Sé valiente ¡No llores! Yo soy el que he tenido una inmensa suerte que no sé cómo agradecer a Dios. He cantado el Amunt, que és sols camí d’un dia con toda propiedad. Perdona las penas y sufrimientos que te he causado involuntariamente. Yo siempre te he querido mucho. No quiero que llores, ¿sabes?

María: ¡pobre hermanita mía! Tú también serás valiente y no te herirá este golpe de la vida. Si Dios te da hijos dales un beso de mi parte, de su tío que los querrá desde el cielo. A mi cuñado, un fuerte abrazo. De él espero que será vuestra ayuda en esta vida y sabrá sustituirme.

Tía: En este momento siento un agradecimiento profundo por todo lo que usted ha hecho por nosotros. Dentro de unos años nos encontraremos en el cielo. Sepa gastarlos con generosidad de toda clase. Desde el cielo rogará por usted éste que tanto le quiere.

Daréis recuerdos a Bastida, la señora Francisqueta, a los Didos, a Pedro, a Puig, a López, a los compañeros queridos de la Federación que no quiero nombrar.

A todos los amigos decidles que muero contento y que me acordaré de ellos en la otra vida.

A los Foles, a los tíos de Vallmoll, a los del jardín, a Carlos, a los de Alicante, a los de Pravia; a los de Sarriá, a todos mi afecto

Francisco



A su novia María Pelegrí

Estimada Mariona: Nuestras vidas se unieron y Dios ha querido separarlas. A Él ofrezco con toda la sinceridad posible el amor que te tengo, mi amor intenso, puro y sincero. Siento tu desgracia, no la mía. Debes estar orgullosa: dos hermanos y tu prometido. ¡Pobre Mariona mía!



Me acontece una cosa extraña. No puedo sentir aflicción alguna por mi muerte. Una alegría extraña, interna, intensa, fuerte, me invade todo. Me siento envuelto en ideas alegres como un presentimiento de la Gloria.

Quisiera hablarte de lo mucho que te habría amado y de la ternura que te tenía reservada y de lo felices que hubiéramos sido. Pero para mí todo eso es secundario. He de dar un gran paso.

Una sola cosa he de decirte: cásate si puedes. Yo desde el cielo bendeciré tu unión y tus hijos.

No quiero que llores, no lo quiero. Debes estar orgullosa de mí.

Te amo. No tengo tiempo para más.

Francisco


Al padre Román Galán, S.J., La Habana. Cuba



Querido padre, le escribo estas letras estando condenado a muerte y faltando unas horas para ser fusilado.

Estoy tranquilo y contento, muy contento. Espero poder estar en la gloria dentro de poco rato. Renuncio a los lazos y placeres que puede darme el mundo y al cariño de los míos.

Doy gracias a Dios porque me da una muerte con muchas posibilidades de salvarme.

Tengo una libreta en que apuntaba las ideas que se me ocurrían (mis inventos). Haré que se la manden a usted. Es mi pobre testamento intelectual. Fíjese en el compresor de amoníaco. El M.G. puede sustituirse por un líquido cualquiera, en circuito cerrado, las válvulas por válvulas metálicas y la presión por una simple bomba centrífuga con presión (aquí va el dibujo ilustrado intercalado).

Le estoy muy agradecido y rogaré por usted.

Recuerdos a los de Pravia

Francisco

 

 

Fuente: Libro Jóvenes Testigos de Cristo
José María Montiu de Nuix (Coord.) - José A. Martínez Puche (Coord.), Jóvenes testigos de Cristo. Ejemplos de vida y fe en nuestro tiempo, Ed. Edibesa, Colección "Santos. Amigos de Dios"/10, Edibesa, Madrid 2010, 360 pp.


Libro : Francisco Castelló, no escondió nunca su fe

Autor: Pere Riutort Mestre, M.SS.CC

 

Fuente Cemich : https://es.catholic.net/

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